Ayer hubo un debate en televisión en el que dos candidatos a presidente del gobierno creyeron que estaban en la España de hace años. Ninguno se dio cuenta de que debatían en una tele en color. ¡Y tú más!
El presentador sí intentó poner su toque de modernidad diciendo que alguien había dicho algo "a través de un Twitter" (se refería a "un tuit"). Hasta en eso olió a naftalina el debate: Campo Vidal no era el capitán de un plató sino el mismo rehén de otras veces de sus debatientes, que parecían haber impuesto normas invisibles que hicieron que aquello fuera aún más lastimoso.
Intentaba mostrar pluralidad el moderador trasladando preguntas de directores de medios…y eran de La Razón, Abc o La Vanguardia. Como cuando en los telediarios siguen haciendo sus secciones de portadas del día con las ediciones de los viejos diarios en papel y obvian a diarios digitales con igual o más lectores e influencia (ElDiario.es, El Español, El Confidencial…).
Pero el primer golpe de caspa fue nada más empezar: en cuanto se abrió el plano que mostró a los tres con una mesa repleta de papeles. La imagen de Pedro Sánchez y Mariano Rajoy llenos de chuletas, y mirándolas cada dos por tres, era demoledora. Se te iba la cabeza al recuerdo de Rivera o Iglesias y su soltura para debatir sin mirar un papel. No hay nada que transmita menos credibilidad que un presidente o un aspirante que, para contar sus propuestas, tiene que leerlas, como si no creyera en ellas lo suficiente o no confiara en sí mismo.
Y en esto, llegó el golpe inesperado. Todos sabíamos que el debate era la única opción de Pedro Sánchez de remontar algo en esta campaña, y que intentaría quedar por encima. ¿Qué hizo? Sacó el tema de la corrupción, los SMS de Rajoy a Bárcenas, el finiquito en diferido de Cospedal y demás greatest hits de la era mariana. Y lo hizo con tono bronco.
¿Qué pasó? El contenido era perfecto: lo que dijo lo hubiéramos suscrito cualquiera. Falló el emisor: los duros reproches venían del líder del partido del gigantesco fraude de la formación y el de los ERE de Andalucía, dos escándalos mayúsculos del PSOE. Los dos grandes partidos se han cargado la confianza de las personas en la política para los próximos 20 años, como le reproché a Andrea Levy el otro día: "PP y PSOE seguís sin acogotar a vuestros corruptos y solo denunciáis a los corruptos del partido contrario".
Sánchez terminó su primer arreón diciéndole a Rajoy que es indigno de ser presidente, y que es un indecente. "¡Hasta aquí podíamos llegar!", replicó Rajoy, que perdió tanto los nervios que transmitió la sensación de que los reproches de Sánchez le cogieron con el pie cambiado. "Es ruin, mezquino y deleznable", dijo Rajoy. Era como si sintiese que su colega de vieja política se saltaba el pacto entre el paciente y el dentista…
Desde entonces, el debate fue un 'y tú más' vergonzoso. De nada les sirvió tener asesores, pasar días preparándose para el debate y llevar decenas de folios con datos. Les faltó inteligencia emocional a los dos, se fueron al ladrido en el que vivían hasta que llegaron Podemos y Ciudadanos a la vida política. Fue infantil.
Y penoso. Rajoy y Sánchez demostraron su sordera para escuchar a los españoles; dejaron al aire sin vergüenza su incapacidad para ilusionar; mostraron los dientes de su agresiva forma de entender la política; enseñaron que preferían soltar una dentellada al otro antes que sonreír a quienes los veíamos.
Ambos salieron del plató con menos votantes de los que tenían al entrar. No tengo forma de demostrarlo pero creo que es una percepción compartida. Sí, el votante recalcitrante de cada uno no cambia. Pero muchos de los que andan estos días indecisos y vieran el debate, verán a estos dos candidatos como una losa de pasado frente a la ilusión de confiar en otros.
La Sexta tuvo la genialidad de juntar antes y después del debate en su programa a Albert Rivera y a Pablo Iglesias, por lo que encima el contraste fue aún más rotundo: al terminar Rajoy y Sánchez, dieron paso a la valoración de los nuevos líderes y ambos dieron una lección de elegancia a los antiguos. Apenas tuvieron que comentar nada más que lo que todos vimos: subrayaron que habíamos vivido una vuelta al blanco y negro del pasado y que era triste que aún se hiciera política basándose en el insulto en lugar de buscar la ilusión de las propuestas propias.
Al final, al aspirante le pudieron los nervios y al presidente le ayudó su memoria: Sánchez terminó su minuto de apelar al voto leyendo sin parar y Rajoy tuvo el único minuto de mirar a la cámara y soltar de carrerilla y con convicción sus razones para pedir ser reelegido. Manuel Campo Vidal despidió aquel funeral esforzándose en no nombrar a ninguno de "los candidatos de otros partidos", como ya hiciera al comienzo, en una elipsis que también parecía venir escrita en el guion al que debió de ser sometido.
Si el bipartidismo lleva años poniéndose de acuerdo en mil cosas en contra de los ciudadanos, el debate de ayer fue otro ejemplo de cómo nos dieron la espalda juntos. Ni siquiera para ganar, sino para hacerse daño mutuo. ¿Que quién ganó el debate? No me cabe duda: Alberto Garzón, Andrés Herzog, Albert Rivera y Pablo Iglesias. ¡Ah! Y los ciudadanos: el cara a cara de ayer fue el último debate en diferido de una era que no volverá. Por suerte, y gracias a los españoles y a los nuevos partidos ;).
Con lo fácil que sería transmitir ilusión en un país como España, repleto de gente extraordinaria con ganas de vivir, salir adelante y ayudar. Una pena ciertamente.
Concuerdo, Pablo: “Ambos salieron del plató con menos votantes de los que tenían al entrar”.
Es el peor ejercicio de comunicación que recuerdo haber presenciado en televisión y el resultado al que conduce quebrar el diálogo.
Saludos,
Fue un revival de los más puros debates “Salvamereños” de Mediaset. Faltó la Esteban, que de haber acudido a la cita, hubiera quedado por encima de los candidatos (que ya es decir)…